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22 de abril de 2025

Murió Francisco, el Papa del fin del mundo que nunca dejó de amar su tierra

Con la muerte de Jorge Bergoglio, el mundo despide a un líder espiritual que transformó la Iglesia con gestos de humildad y compromiso con los más pobres. Argentina, y especialmente Tucumán, lo llora como a un hijo que nunca se olvidó de su casa.

Murió Francisco, el Papa del fin del mundo que nunca dejó de amar su tierra

Con la muerte de Jorge Bergoglio, el mundo despide a un líder espiritual que transformó la Iglesia con gestos de humildad y compromiso con los más pobres. Argentina, y especialmente Tucumán, lo llora como a un hijo que nunca se olvidó de su casa.

A las 2:35 de la madrugada del lunes 21 de abril, el corazón del Papa Francisco dejó de latir en la Casa Santa Marta del Vaticano. Tenía 88 años y hasta sus últimos días mantuvo vivo el fuego de su fe, su convicción por una Iglesia al servicio de los más vulnerables, y un amor inquebrantable por su Argentina natal.

Elegido como el primer Papa latinoamericano en marzo de 2013, Jorge Mario Bergoglio rompió con siglos de tradición al presentarse ante el mundo como “el obispo de Roma”, alguien del “fin del mundo” que llegaba para poner en el centro a los olvidados. Fue un Papa de gestos, más que de apariencias: renunció al lujo del Palacio Apostólico, vivió en una residencia común, y convirtió la austeridad en bandera.

Francisco fue el Papa que abrazó a migrantes, lavó los pies de reclusos, y habló sin rodeos contra las injusticias del sistema económico global. Su mirada preferencial por los pobres no fue un slogan, sino una cruz que cargó con coherencia hasta el final.

Para Tucumán, su figura no fue lejana. En su época como arzobispo de Buenos Aires, visitó la provincia en más de una ocasión para participar de encuentros pastorales, conferencias y retiros espirituales. En 2005, participó de una recordada misa en la Catedral tucumana, donde habló sobre la necesidad de “una Iglesia que camine junto a los que sufren, sin mirar desde arriba”. Aquella visita aún vive en el recuerdo de muchos fieles que lo escucharon desde los bancos o lo vieron pasar con su habitual discreción.

A pesar de no haber visitado Argentina como Papa —una deuda que muchos esperaban ver saldada algún día—, Francisco jamás dejó de hablar de su país. En entrevistas, en gestos y en silencios cargados de sentido, siempre se mostró atento a lo que ocurría en el suelo que lo vio nacer. "Rezo todos los días por mi patria", solía decir, con una mezcla de nostalgia y dolor.

Su pontificado quedará en la historia como uno de los más transformadores del último siglo. Impulsó una apertura hacia los sectores marginados, dialogó con otras religiones como ningún otro Papa, y dejó sembrada una semilla de esperanza entre millones que ya no creían en una Iglesia viva.

Hoy, el mundo lo despide. Pero aquí, en el corazón del norte argentino, su partida se siente como la de un viejo amigo, un vecino sabio, un pastor cercano. Desde San Pedro, seguramente seguirá velando por los pobres, los migrantes, los descartados… y por esa Argentina que siempre llevó en el alma.


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